martes, 5 de marzo de 2013

Campeones

Lo que parecía imposible sucedió: un muchacho del pueblo se acaba de coronar Campeón del Mundo. El sentido de la solidaridad, bastante desarrollado entre los pobres, hizo que todos se sintieran parte del triunfo. No, parte no, todos eran campeones. Se sentían plenos, grandes, invencibles. En cuanto la euforia y las endorfinas fueron cediendo se dijeron que no, que no querían volver a sus vidas, que querían estar pletóricos, exultantes, querían tener el cinturón en sus manos. El alcohol empezó a circular.


Situada en Atlantic City y con mafiosos, prostitutas y boxeadores por medio, Luna de Casino, nos trae a uno de esos Perdedores de la vida con los que es imposible no simpatizar, Antonhy Russo. Uno de tantos que un día despierta y se ve de protagonista de una mala película, de un bodrio insufrible, que para más inri no es otra cosa que su Vida.

Todas las tramas del libro se tensan y como las cuerdas del cuadrilátero devuelven al boxeador a la lucha. Los muertos, los planes frustrados, las oportunidades perdidas, los recuerdos imborrables golpean sobre el lector en una profusión de ganchos y croches, buscando hundir los nudillos, hacer daño. Y lo hacen. Y como sus protagonistas no podemos huir, no podemos dejar el combate, seguimos leyendo. Esperando el knock out. Y llega, claro que llega.


Todavía estaba aturdido. La pelea había sido dura y el vuelo de vuelta largo. La multitud de caras, de ojos brillantes, de mujeres gritando ¡campeón! ¡campeón!, los periodistas hablando de hazaña, todo ayudaba al sentimiento de irrealidad, de anestesiamiento, de caminar por un decorado de cartón piedra. No tardaría en volver a la realidad cuando le contaron lo que debía.  Era mucho más que la bolsa que había cobrado.

El pueblo entero había bailado, bebido y comido a su costa, pidiendo fiado a su nombre, durante varios días para celebrar que por fin, después de tanto sufrimiento, eran Campeones.

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